En Láchar quiero terminar mis días
en el regazo de tu sencilla gente
escuchar al ruiseñor y su melodía
inhalar la verde y fragante clorofila
de tus cercanos y fructíferos prados.
Desde mi terraza gozan mis pupilas
contemplando los dorados atardeceres
de hermosura cuando la tarde termina
el astro rey sigue su inexorable ruta
escondiéndose por las lejanas colinas
dejando una estela de teñidos arreboles
que me embargan, me seducen y fascinan.
A mi vieja casita, pequeña y austera
llega el monótono croar de las ranas
que empieza en el crepúsculo atardecer
hasta la amanecida y serena mañana
surgen de la fértil vega de un vergel
entre el estío del verano y la primavera
un regalo para el oído de sinfonía y placer
merece vivir en Láchar una vida entera.
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Manuel Suárez Madrigal
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